La hescritora piensa que es divertido hacer de dios. Pero también agotador: lleva más de cinco horas mejorando su creación. Y aunque ya se ha tomado el whisky, se toma otro para celebrarlo. Sin duda, si hubiera tenido que crear el mundo entero, hubiera necesitado un montón de whisky. Tal vez fue eso lo que le pasó a Dios, con mayúsculas, piensa la hescritora. Debió marearse y si darse cuenta, no le salió tan perfecto como Él hubiera deseado. Sobre todo, si tuvo que crearlo en siete días. Ahora entiende por qué hay tantas injusticias, empezando por ella misma, que desearía amar a un hombre de carne y hueso y no lo encuentra.
lunes, 24 de septiembre de 2012
domingo, 23 de septiembre de 2012
Él la ve; flechazo instantáneo, escalofrío en el cuerpo, estómago revuelto. Sentimientos encontrados.
Ella lo ve; siente una cosquilla, la ignora. Su mente vuela a kilómetros del lugar.
La noche pasa, las canciones pasan, los tragos pasan. Él, accidentalmente, la choca. Por primera vez ella no lo mira, lo ve. Sonríe. El juego empieza. El va y viene, el no-si-si-no, baile apretado, mente distante. Saben que no está bien, pero sus impulsos son más fuertes. Se buscan, se ignoran y se vuelven a buscar. Ella descarrila, él la frena. Ella se quiebra, él se desespera. ¿Qué hacer? ¿Que no hacer? Moral, códigos, Bien, Mal. Sus mentes adormecidas son un vertiginoso espiral de pensamientos, sensaciones e irracionalidades.
Pero la tentación es más fuerte y sus cuerpos colicionan en un beso violento; de bronca, de calentura, de angustias, de vacío, de necesidad. Se pegan, se separan y se siguen pegando al ritmo desesperado de sus cuerpos incomprendidos. Las pulsaciones se aceleran, las respiraciones son un nudo sin principio ni final. Y en medio de tan feroces instintos y de sensaciones tan nuevas, tan distintas (fielmente escoltadas por ansiedad y pánico) irrumpe la siempre, a nuestra costa, tercera en discordia -presente en cada acto de nuestra vida juzgándonos y martirizándonos- la mente.
A su pesar, se alejan. Una mirada alcanza para decir todo lo que el silencio no logre transmitir.
Él sale a tomar aire.
Ella prefiere quedarse a asfixiarse de gente y aturdirse de música.
Juntos en su conmoción y solos con su puñado de sentimientos, se pierden en la inmensidad de la noche y sus condenas (o redenciones?)
Ella lo ve; siente una cosquilla, la ignora. Su mente vuela a kilómetros del lugar.
La noche pasa, las canciones pasan, los tragos pasan. Él, accidentalmente, la choca. Por primera vez ella no lo mira, lo ve. Sonríe. El juego empieza. El va y viene, el no-si-si-no, baile apretado, mente distante. Saben que no está bien, pero sus impulsos son más fuertes. Se buscan, se ignoran y se vuelven a buscar. Ella descarrila, él la frena. Ella se quiebra, él se desespera. ¿Qué hacer? ¿Que no hacer? Moral, códigos, Bien, Mal. Sus mentes adormecidas son un vertiginoso espiral de pensamientos, sensaciones e irracionalidades.
Pero la tentación es más fuerte y sus cuerpos colicionan en un beso violento; de bronca, de calentura, de angustias, de vacío, de necesidad. Se pegan, se separan y se siguen pegando al ritmo desesperado de sus cuerpos incomprendidos. Las pulsaciones se aceleran, las respiraciones son un nudo sin principio ni final. Y en medio de tan feroces instintos y de sensaciones tan nuevas, tan distintas (fielmente escoltadas por ansiedad y pánico) irrumpe la siempre, a nuestra costa, tercera en discordia -presente en cada acto de nuestra vida juzgándonos y martirizándonos- la mente.
A su pesar, se alejan. Una mirada alcanza para decir todo lo que el silencio no logre transmitir.
Él sale a tomar aire.
Ella prefiere quedarse a asfixiarse de gente y aturdirse de música.
Juntos en su conmoción y solos con su puñado de sentimientos, se pierden en la inmensidad de la noche y sus condenas (o redenciones?)
Hoy exigo sueños dulces,
para espantar
dolores tan amargos.
Pero sólo tengo;
sábanas frías
para un cuerpo caliente
recuerdos idealizados
para una mente sedienta de olvido
miedos inseguros
para una personalidad ansiosa de renovación.
una vida en soledad
para otra, acostumbrada a la compañía.
¿Mi mundo?
Jamás tan frágil
Jamás tan fuerte
jueves, 13 de septiembre de 2012
P.: Name a wish, place it in your heart. Anything you want, everything you want.
L.: Do you have it? Good. Now believe it can come true. You never know when the next miracle can come from, the next smile, the next wish com true.
P.: But if you believe that it right around the corner. And you open your heart and mind to the possibility of it, to the certainty of it.
B.: You just may get the thing your are wishing for.
N.: The world is full of magic you just have to believe it. So make your wish. Do you have it?
H.: Good. Now believe in it with all you heart.
sábado, 1 de septiembre de 2012
Era una de esas tardes de domingo con sabor a mate lavado y restos de postre tardío, con la cabeza entre relajada por lo que fue y tensa por lo que se viene, que a Julián -ya a solas con el vacío de su departamento- le nació la irrefrenable necesidad de ir a un recital.
Porque él, ante el mínimo atisbo de monotonía, sinsentido, vacío y soledad, se le metía en la cama a la primera banda que se le cruzace en el camino. Era marido y amante de toda nota musical que le diese ritmo a su vida. Era así como, instantáneamente, se adentraba en la búsqueda de alguna presentación musical; los bares y teatros eran su salida más recurrente, pero los recitales de cancha eran su afición. Según él, la gente en los recitales se conectan con su escencia, son su versión más natural, protagonistas de cada letra, dueños de cada melodía que significó algo en su vida. No importa de dónde venís, ni a dónde vas, tu nombre ni tu apellido, están todos ahí con el mismo fin, con la misma expectativa. Son todos hermanos, gritándole al viento una parte de su ser. Y cuando prenden los encendedores, o celulares, se eriza cada pelo de su cuerpo... cada uno aportando una gota de luz a la oscuridad del mundo. Pero lo que Julián más disfruta, es cuando el cantante se vuelve director de orquesta y ellos y sus almas obedientes, sedientas de guía, se dejan llevar, dejando la vida en cada aullido. Se vuelven un coro de fuerza, que en esas tardes domingueras o en medio de insomnios que consumen, suenan en sus oídos como dosis de vida, recordándole la magnitud y el poder de la unión, la creencia y un par de notas musicales.
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