jueves, 3 de febrero de 2011

Besos, caricias, abrazos.

En un abrazo se nos va la vida. Cada pena, cada alegría, cada enojo se descarga en el otro y así las penas son medias penas, las alegrías dobles alegrías, los enojos viejas broncas compartidas. El abrazo son las palabras que nos sobran, los silencios que nos faltan.

El cuerpo expone una lista interminable de lenguajes, el de las caricias es como aprender latín siendo analfabeto.
Se comienza con el abecedario:
Saber cuáles dónde, cuándo.

Y eso se empieza a unir creando palabras:
Esa mano trepadora, que explora y conoce y encuentra y se equivoca y sigue aprendiendo.

Finalmente, todos los conocimientos se aplican en la desconocida aventura de la frases:
Luego de intentar, y batallar y equivocarse, encuentra ese punto, ese donde la caricia por fin se entiende, se siente e, inevitablemente, se disfruta.

Y llegamos al culmine de las expresiones corporales: el beso.
Y no hablamos del tradicional beso en la mejilla, no.
Hablamos del beso mojado, del beso húmedo. Del beso de despedida, de recibimiento. Besos robados, perdidos, llorados, extasiados. Besos esperados y denegados. Del siempre único y muy utilizado beso que nos une, transformándonos en un solo par de labios, una sola persona, en un solo sentimiento. En fin, en un solo beso.