Equilibrio, equilibrio... qué difícil sos de alcanzar eh! Terminás siendo igual que la utopía para Galeano, hecha para ilusionarnos, para ser un horizonte lejano que siempre que pensamos alcanzar se aleja y nos hace seguir caminando.
Te escabullís en rincones oscuros dentro de nosotros y nos hacés escarbar, equivocarnos, hasta que de golpe hacés tu aparición triunfal por un corto lapso de tiempo. Después, volvemos a los corrientes días de la balanza ladeada. Días en los que dejar satisfechos a los demás o a uno mismo, todo al mismo tiempo, parece realmente imposible.
Para qué tantos cálculos? Para qué tanto esfuerzo? Por esos simples momentos de paz?
Hace poco me dijeron que la felicidad se trata de simples momentos; únicos, irrepetibles. Suena triste esa teoría, pero no está muy errada después de todo. Empiezo a creer que esa felicidad está ligada a este equilibrio del que hablamos.
Y cuando el horizonte se viene negro, qué se hace es la gran pregunta. No se puede vivir de los días de sol pasados. Tampoco de la esperanza de que algún día se despeje. Quizás, simplemente, confiar en aprovechar los rayitos de sol que se cuelen de entre las nubes de vez en cuando. Después de todo, no es la felicidad esos cortos momentos de luz y calor?