De repente, sin previo aviso, sus miradas se encontraron. Sus ojos reflejaban pasión y desenfreno, los de ella amor y dulzura. La desviación de su mirada fue el pie a un sexo sin manos, sin cuerpo, sin palabras, tan solo con los ojos.
Dejándose llevar por la fuerza de su mirada ella se dejó desvestir, dejando caer, inexpertamente, su vestido celeste. Rápidamente miró para otra parte, avergonzada, pero sabiendo que eso no ocultaba su desnudez.

Entonces, y recién entonces, la mujer le permitió empezar a desvestirla.